Sandra Melgarejo. Copenhague
El proceso neurodegenerativo de la enfermedad de Parkinson y de la enfermedad de Alzheimer se inicia antes de que aparezcan los síntomas clásicos. Un panel de expertos internacionales ha analizado qué se puede aprender de los estadios tempranos de las patologías neurodegenerativas en un encuentro organizado por Lundbeck en Copenhague (Dinamarca) para neurólogos españoles.
La aplicación de biomarcadores de proteína beta amiloide y proteína TAU, y técnicas de neuroimagen como la tomografía por emisión de positrones (PET) y la tomografía por emisión de fotón único (Spect), no solo están permitiendo realizar un diagnostico temprano de estas enfermedades y ver su evolución en distintas fases, sino que van a posibilitar instaurar un tratamiento precoz que, además de controlar los síntomas, consiga frenar la progresión de la neurodegeneración.
Serge Gauthier, José Luis Molinuevo, Vaidrius Navikas (Executive Divisional Director de Lundbeck), José A. Obeso y C. Warren Olanow.
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Según José Luis Molinuevo, director de la Unidad de Alzheimer y otros trastornos cognitivos del Servicio de Neurología del Hospital Clínic de Barcelona, “conforme más se acerca la investigación al inicio de la enfermedad, más relevantes son los hallazgos”. “Los cambios biológicos que causa la enfermedad de Alzheimer se pueden detectar a través de una serie de biomarcadores. Así, la fase preclínica biológicamente activa muestra una correlación de los niveles de beta amiloide con la memoria eposódica y un aumento del grosor cortical, y en la fase prodrómica se advierte una falta de materia gris muy cercana a la demencia. En este sentido, el reto del futuro es definir qué factores van a marcar una aparición de la sintomatología clínica”, ha explicado el neurólogo.
Por su parte, Serge Gauthier, director de la Unidad de Investigación en enfermedad de Alzheimer del McGill Centre for Studies in Aging (MCSA) de Montreal (Canadá), ha destacado que “hay que llegar al diagnóstico del alzheimer antes del deterioro funcional y de la demencia, para lo que hay que utilizar los marcadores biológicos. La progresión a la siguiente fase de la enfermedad es la diana clave en el tratamiento”. Gauthier ha detallado que, mientras que en los años 80 la enfermedad de Alzheimer se diagnosticaba a partir de la pérdida de memoria, en la actualidad hay otros síntomas, como el deterioro del habla o el deterioro visual, que también son indicadores de la enfermedad. “Los nuevos criterios de diagnóstico facilitarán la investigación en la fase preclínica, pero complicarán la clínica”, ha señalado.
La búsqueda de la neuroprotección
Como ha explicado C. Warren Olanow, profesor de Neurociencia en la Mount Sinai School of Medicine de Nueva York (Estados Unidos), “la neuroprotección es una terapia capaz de disminuir, frenar o, incluso, invertir la progresión de la enfermedad”. Uno de los principales problemas para alcanzar este objetivo terapéutico es que algunos agentes que parecen neuroprotectores en el laboratorio tienen efectos inesperados en la clínica. En este sentido, ha indicado Warren, “aunque se ha progresado mucho en el intento de definir la neuroprotección y en comprender cómo actúan las mutaciones genéticas y cómo se desarrolla la enfermedad, no se conoce la causa del párkinson y no se sabe exactamente cuál es el objetivo. Además, es necesario un modelo animal óptimo que refleje la etiopatogenia y que se pueda replicar”.
Por otro lado, José A. Obeso, del Departamento de Neurología de la Clínica Universidad de Navarra en Pamplona, ha afirmado que “el diagnóstico precoz facilita la intervención terapéutica con la idea de que cuanto antes se cambie el transcurso de la evolución, más fácil será resolverlo”. “Hay entre 7 y 18 años de fase prodrómica en la que no somos capaces de hacer el diagnóstico, pero están ocurriendo cosas en el cerebro. La enfermedad de Parkinson es un proceso focal desde el punto de vista clínico, pero no se sabe exactamente por dónde comienza. Si uno quiere intervenir en la neurodegeneración hay que entender por qué las células son tan vulnerables, pero todavía no tenemos marcadores definitivos que permitan saber quién tiene la enfermedad y quién no”. No obstante, Obeso ha señalado que no tiene “ninguna duda” en que “hay que tratar los antes posible, porque cuanto antes se trate, si existe cualquier indicio de que el tratamiento puede ser eficaz, antes se pueden modular los circuitos hacia la normalidad y mejorar la evolución del paciente”.
Con todo esto, y como conclusión principal, los expertos han coincidido en que ambas enfermedades tienen una fase prodrómica, con expresiones clínicas que se superponen, y que el principal objetivo es demostrar los cambios en los biomarcadores y buscar fármacos que se dirijan precozmente a la fisiopatología de la enfermedad para que se pueda detener la neurodegeneración y que no aparezcan los síntomas.
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