Redacción. Madrid
Según datos manejados por la Sociedad Española de Neurología (SEN) entre el 20 y el 48 por ciento de la población adulta sufre en algún momento dificultad para iniciar o mantener el sueño. Pero en hasta un 10 por ciento de los casos es debido a algún trastorno de sueño crónico y grave, una cifra que incluso podría ser mayor por el alto número de pacientes que no están diagnosticados, en parte por la falta de conciencia social –que en ocasiones lleva a catalogar de vago o de juerguista a una persona que se duerme en su puesto laboral sin llegarse a plantear que exista una enfermedad del sueño– y por desconocimiento incluso del propio personal médico. Esto lleva a que en enfermedades como la narcolepsia se produzca una demora media en el diagnóstico de hasta 10 años o que pacientes con apneas, desde incluso la adolescencia, se diagnostiquen por haber sufrido un ictus isquémico después de los 65 años y que podría haberse evitado.
Hernando Pérez.
|
El trastorno de sueño más frecuente es el insomnio, con una prevalencia de entre el 20 y el 30 por ciento, seguido del síndrome de las piernas inquietas (afecta aproximadamente a un cinco por ciento de la población) y del síndrome de apneas-hipopneas del sueño (entre el dos y el cuatro por ciento). La narcolepsia, que afecta a unas 25.000 personas en España, las parasomnias no REM y el trastorno de conducta de fase REM, cada vez más estudiado como primera manifestación de enfermedades como el Parkinson o la demencia por cuerpos de Lewy, son otros trastornos de sueño que, aunque, algo menos frecuentes, también afectan seriamente a la población española.
En los últimos años se han realizado numerosos estudios que analizan el papel que el sueño parece ejercer en la restauración y fortalecimiento de los diferentes circuitos neuronales. Algunos estudios recientes señalan la importancia del sueño a la hora de que los niños fortalezcan las conexiones entre el hemisferio izquierdo y derecho del cerebro; otros han estudiado cómo el sueño puede mejorar el aprendizaje o cómo el cerebro consolida y afianza conceptos nuevos o recuerdos durante el sueño. “Dormir es fundamental para afrontar en perfectas condiciones la posterior vigilia, para la supervivencia del individuo y para el correcto funcionamiento del sistema nervioso. Cuando no se duerme adecuadamente hay un menor rendimiento cognitivo, baja la concentración y, entre otras alteraciones cognitivas, se producen fallos de memoria, cambios bruscos de humor y alteraciones en el proceso de toma de decisiones”, señala Hernando Pérez, coordinador del Grupo de Estudio de Vigilia y Sueño de la SEN.
Además, cuando no se consigue dormir adecuadamente por algún tipo de trastorno, no solo se ve afectada la capacidad intelectual y el rendimiento, sino que aumenta el riesgo de hipertensión y la probabilidad de sufrir un ictus, además de agravar y/o aumentar la probabilidad del desarrollo de otro tipo de enfermedades como la enfermedad de Parkinson o posiblemente el elzheimer (entre el 42 y el 98 por ciento de los pacientes con párkinson, y el 25 por ciento de los pacientes con alzheimer sufren trastornos del sueño), o descontrolando o aumentando la frecuencia de las crisis epilépticas. “Los trastornos del sueño tipo apneas obstructivas suponen quizás el factor de riesgo cerebrovascular más importante. Roncar y hacer apneas aumenta el riesgo de padecer un ictus, en consonancia con facilitar el desarrollo de hipertensión arterial, pero también es una consecuencia: el 63 por ciento de las personas con problemas cerebrovasculares experimentan un alto índice de apneas durante la noche”, mantiene Hernando Pérez. “Las apneas del sueño pueden conllevar a demencia vascular pues, en un 50 por ciento de los casos, van generando pequeñas lesiones isquémicas cerebrales de forma progresiva; y un reciente estudio las ha vinculado con la enfermedad de Alzheimer aunque ahora se trata de ver si son causa, consecuencia o simple coexistencia, viendo si al resolverlas con una máquina llamada CPAP se frena el desarrollo del deterioro cognitivo”.
“Dormir es una necesidad y, además, el sueño debe ser de calidad y reparador. Cuando esto no se consiga es el momento de visitar a un especialista. Es necesario concienciar a la población y al propio personal médico de la importancia de preguntar por el sueño y sospechar estos trastornos respiratorios pues, no en vano, pasamos 30 años de nuestra vida durmiendo y la trascendencia de éstos es importantísima”, comenta Hernando Pérez. Los pacientes con enfermedades del sueño tienen una merma en la calidad de vida comparable a la que sufren otros enfermos crónicos y aun así, el diagnóstico de estas enfermedades es aún bastante escaso. La SEN calcula que entre el 60 y el 80 por ciento de los pacientes con narcolepsia y el 90 por ciento de los pacientes con apnea del sueño o con síndrome de las piernas inquietas no están diagnosticados. “Los desórdenes del sueño se pueden prevenir y tratar, pero para ello es necesario tener diagnósticos precisos. Afortunadamente el armamento farmacológico y no farmacológico para tratar los trastornos del sueño ha aumentado considerablemente, no sólo en número sino también en diversidad de acciones terapéuticas”, explica Hernando Pérez.
Y, ¿cuánto tiempo es aconsejable dormir? “Últimamente también se han presentado diversos trabajos que han relacionado la falta de sueño, generalmente inferior a seis horas, con aumento del riesgo vascular o con disminuir la esperanza de vida. Y aunque todavía queda mucho por estudiar al respecto, todo parece indicar que un término medio, es decir, unas siete u ocho horas diarias, es lo más indicado. Dormir más puede ser síntoma de que subyace alguna enfermedad como la narcolepsia o una depresión o de que nuestro sueño no nos repara por verse interrumpido por apneas, que es como se conocen a las obstrucciones que experimente nuestra vía aérea durante el sueño en algunos paciente, o por otros trastornos que lo fragmenten”, concluye Hernando Pérez.
|